lunes, octubre 12, 2009

Los fuertes vientos de otoño...


No recuerdo si alguna vez lo pusimos en palabras, pero la costumbre de encontrarnos sólo afuera de aquel motel se convirtió en una especie de acuerdo con el que ambos estábamos conformes .


Después de hacer el amor, ella adquiría una extraña energía que la hacía hablar de su mundo deteniéndose apenas a tomar algunos segundos para respirar; para cuando acababa de contarme lo sucedido en su pequeña vida desde nuestro último encuentro, usaba sus manos y su lengua para excitar mi cuerpo entero y cuando ella estaba segura de que mi pene estaba completamente erecto, con una sonrisa casi infantil en su rostro me pedía que la penetrara con furia hasta que sus uñas aferradas a mi espalda me anunciaban el tiempo en que yo debía eyacular dentro de ella...

Lo repetíamos cada vez, como un rito que ella no podía evitar llevar acabo, como una serie de órdenes implícitas a las que yo no podía resistirme


Mi vida también era pequeña.


En nuestros primeros encuentros ella trato sutílmente de obtener algo de información sobre mí, pero pronto se convenció de que mi silencio era algo que yo no pretendía dejar de lado, así que se conformó con sentir mis dedos jugueteando con su cabello mientras ella con su cabeza sobre mi pecho dejaba salir un hilo interminable de palabras (muchas veces sin sentido para mí) por su boca . Yo de vez en vez le decía algo que la animara a continuar derrochando esa energía que emanaba de su menudo cuerpo, como darle cuerda a una muñequita de porcelana a la que podía admirar por horas.


Un buen día ella dejó de contestar mis llamadas. La extrañé por meses, hasta que encontré otras muñecas con la que podía sacarme de encima el frió que invade mi cuerpo de vez en cuando...

Aún voy a ese mismo motel, con la débil esperanza de que ella regrese y me quite ese frió que traen consigo los fuertes vientos de cada otoño...

Y entonces, mi vida dejaría de ser pequeña.